A medida que pasaban las semana nos instalábamos cada vez más en aquella negación de la realidad.
Habíamos
creado nuestro propio universo, un universo alejado del
mundo y sus vicisitudes,que
obedecía unas leyes que solo nosotros conocíamos
y que cada día reescribíamos con el cuerpo y la mente.
Un
mundo donde no había lugar para el amor.Porque
el sentimiento que nos unía era de la
misma naturaleza que la palabra “silencio”.
Bastaba
pronunciarlo para destruirlo...
"Las orquídeas rojas de Shanghai" (Juliette Morillot)